Se trata de un cuento al que le había echado el ojo hace bastante tiempo, ya que las protagonistas son las emociones.
El Monstruo de Colores no sabe qué le pasa. Se ha hecho un lío
con las emociones y ahora le toca deshacer el embrollo. Una historia
sencilla y divertida, que introducirá a pequeños y a mayores en el
fascinante lenguaje de las emociones".
Creo que es bastante evidente que la educación emocional está en auge en los últimos tiempos.
Cada vez somos más conscientes de la importancia de trabajar este
aspecto desde bien pequeñitos. Antes, no sólo no existía la educación
emocional, sino que muchas veces se reprimían las emociones: los niños
no lloran (y los hombres todavía menos), las niñas sí pueden (en las
mujeres la tristeza está mejor vista, ellas son así) pero han de
reprimir la rabia (que es más aceptada socialmente en los hombres), no
hay que enfadarse, no hay que tener miedo... ¿Y por qué había que
reprimir las emociones? ¿Acaso hay emociones buenas y emociones malas?
Hoy sabemos que no es así, que todas las emociones son necesarias, y la reacción a diferentes estímulos.
Hoy sabemos que si reprimimos las emociones, si no sabemos
identificarlas y expresarlas, si las evitamos, sólo vamos a conseguir
generar malestar e incluso intensificarlas (la tristeza se puede
convertir en depresión, el miedo en ansiedad...). Hoy invitamos a los
niños a hablar de cómo se sienten, de sus reacciones, les animamos a
contar sus miedos para superarlos, les abrazamos si están tristes y les
escuchamos.
Nunca hay que menospreciar las emociones de los niños, aunque sus miedos nos parezcan absurdos, aunque pensemos que no tienen motivos para estar tristes (¡uy, pues todo sea eso! ¡ya verás cuando seas mayor!), aunque no entendamos por qué se han enfadado. Son sus sentimientos, lo que para ellos es importante en ese momento. Hay que escucharles y acompañarles en el fascinante mundo emocional, porque si no lo hacen desde que son niños, les resultará más complicado cuando sean adultos.
Nunca hay que menospreciar las emociones de los niños, aunque sus miedos nos parezcan absurdos, aunque pensemos que no tienen motivos para estar tristes (¡uy, pues todo sea eso! ¡ya verás cuando seas mayor!), aunque no entendamos por qué se han enfadado. Son sus sentimientos, lo que para ellos es importante en ese momento. Hay que escucharles y acompañarles en el fascinante mundo emocional, porque si no lo hacen desde que son niños, les resultará más complicado cuando sean adultos.